Sentado estratégicamente en el sofá del aula, observo maravillado el juego tan rico de los niños y las niñas, las complicidades que se establecen y los retos que se autoproponen. A veces Pablo levanta la cabeza para corroborar que sigo allí, y María y su inseparable Raúl se acercan para ofrecerme, entre risas, un café que cuidadosamente han preparado. ¡Qué lujo! ¿Cómo desatender tan preciado gesto?
De repente, otro niño disfrazado con distintas telas y complementos se acerca para pedirme que lo fotografíe. Cojo la cámara y, justo cuando guiño el ojo para mirar por el objetivo, el niño camb…