Anna, profesora de secundaria, asistía a mis clases de yoga y después de tres o cuatro sesiones me comentó cuánto le ayudaba el yoga estando en el aula. Le pregunté qué era exactamente lo que hacía allí y me contó: “Al borrar la pizarra inspiro cuando subo el brazo y espiro cuando lo bajo, y, aunque te parezca increíble, esos segundos son suficientes para sentirme tranquila y con energía”. Dio en el clavo: llevó a lo cotidiano la atención sobre la respiración y su sincronización con el movimiento. Hoy ya sabe con certeza que la conciencia sobre el movimiento y la respiración…
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